Un cuento de hoy

Definitivamente se podía clasificar a Sebastian como un desgraciado sin miedo a exagerar. Y es que a Sebastian la vida solo le habia dado patadas. Pasó toda su infancia sin un verdadero amigo; de su padre no se podía quejar, solo le pegaba de vez en cuando; a su madre no le dio tiempo a conocerla, pues murió cuando el contaba con 3 años de edad; de sus estudios podía estar orgulloso, era posiblemente el más preparado de todos los parados, y todo por culpa de ese incidente en la empresa en la que trabajaba. Esto solo era parte de los problemas que tenía Sebastian, porque a él los que más daño le hacian eran los problemas da amor. Hay que decir que él mismo dudaba de haber amado alguna vez. ¡Claro que se casó!, pero no lo hizo por amor, sino por egoismo. Necesitaba inventar el amor, creer que amaba a alguién y que alguién le amaba. Y claro, termino en desastre. Y lo que más le corroía a Sebastian es que no tenía el más mino instinto de padre. Para el sus hijos eran dos incordios más como cualquier chaval de la calle, aunque lo disimulaba bastante bien. Luego estaba ese mal llamado amigo; lo odiaba, no aguantaba sus gracias, ni sus visitas para gorronear le que pudiese. Aún así seguía relaccionado con él. Para Sebastian todo era fachada.

Pero un dia todo cambió, más bien Sebatian cambio. Que le hubiesen arrancado de las garras de la muerte lo cambio. Ahora conocia el valor de la vida, ¡quería vivir!. Había conocido a una persona, y por primera vez en su vida no pensaba solo en él. Ahora realmente reconocía a sus hijos y se comportaba como un autentico padre. Y ahora volvía a tener una nueva oprtunidad en una nueva empresa.

Y llegó su primer día de trabajo. Sebastian penso que no merecía la pena coger el coche, la empresa no quedaba lejos y aún quedaba tiempo suficiente. Además le apetecia pasear. Todo ocurrío en un cruce; primero un grito, un cochecito de bebes cruzaba la calle y un camionero más atento de su acalorada conversación telefónica que de la propia calle. Todo fué rapidísimo, a Sebastian no le dio tiempo a enviar una orden del cerebro cuando ya corría a toda velocidad. Lo que si le dio tiempo a pensar que el cochecito podía estar vacio, pero en la vida no se tiene que dudar. ¡Hay que actuar!. Y Sebastián no tubo tiempo de alcanzar al cochecito, pero al parecer el camión lo prefirio a él, un bocado seguro, que al supuesto bebé desamparado. Hubo ruido y todo se movia ... y al segundo hubo silencio y paz, mucho silenico y mucha paz.

Cuando volvio a estar consciente, Sebastian no pregunto si estaba vivo, sabia que estaba muerto. Y aunque el era esceptico en las religiones parece ser que se había equivocado. Ahora estaba esperando, estaba esperando SU turno. Y por fin llegó, habia esperado una eternidad. Y ahora estaba enfrente de un anciano de barba blanca. Que típico - pensó Sebastián. Y el anciano lebanto su vista hacía el.

- ¿Cuando se me juzga? - Preguntó Sebastian incomodo.
- ¿Tu juicio?. Ya pasó - Respondió el anciano con un tono divertido.
- Si no estoy en el infierno, deduzco que debo ir al purgatorio, porque muy religioso no he sido - Aventuró a deducir Sebastian.
- ¿Al purgatorio? - preguntó el anciano sonriendo - No, no hace falta que vuelvas. ¿O donde te crees que has estado estos últimos años?.




Finwar R.
Dedicado a los escepticos como yo